Los celos son un sentimiento o estado afectivo que llamamos “normal” en cuanto que es estructural, necesario y constitutivo en la formación del aparato psíquico, de tal modo que, cuando no aparece ningún atisbo de ellos, hay que pensar que se encuentran reprimidos, habiendo sucumbido a una enérgica represión y desempeñando, en la vida del sujeto, un importante papel que sobredetermina su modo de actuar y amar.
Para sentir celos es necesario, en todos los casos, sentirse excluido de una escena que corresponde a dos, y en ese momento yo no ocupo ese lugar.
Los celos siempre nos hablan de un deseo. El celoso desea lo que el otro está mirando, desea lo que el otro desea. Estos celos los podemos considerar normales, ya que como decíamos antes, son constitutivos del sujeto psíquico.
También podemos sentir celos de lo que el otro tiene, de su casa, de su familia, de su belleza, estando en juego, también en estos casos, el deseo de tener aquello que se cela.
Por otro lado, nos encontramos con la envidia. Es importante que diferenciemos estos dos afectos que se suelen confundir pero que son significativamente distintos. Los celos son más civilizados que la envidia. El celoso siente celos de lo que el otro tiene y lo desea para sí. El envidioso no desea lo que el otro tiene. Solo quiere que el otro no tenga. El envidioso no quiere un coche como el de su vecino, solo quiere rayarlo para que no disfrute de él. No desea tener una relación buena con su jefe, quiere romper la buena relación que su compañero tiene con éste para no verla. La envidia es anterior a los celos y más primitiva.
Envidia sana sería lo que podemos llamar admiración. De la admiración a la envidia hay un paso.
Continuará.