Origen de los celos
Los celos tienen su origen, como siempre que hablamos de afectos importantes, en la etapa infantil. Durante los primeros años de vida el niño vive la experiencia de sentir que es el centro del mundo, que sus necesidades son colmadas a golpe de llanto, y que todo lo que necesita está a su alrededor. En los primeros años el bebé no es capaz de diferenciarse del cuerpo de su madre. Aquello que lo nutre y lo cuida forma parte de su cuerpo. Poco a poco se va estableciendo la diferencia con el otro, concibiendo su figura a partir de aquella.
Durante esta etapa, el niño se cree poseedor de toda la atención y amor de aquellos que lo cuidan, especialmente de su madre o de la figura materna. Sin embargo, en torno a la edad de los tres años se producen las primeras manifestaciones de celos en el niño. Empieza a descubrir que no lo es todo para el otro y que la madre tiene que compartir su amor con el padre, con otros hermanitos o con su trabajo. Es esta la primera vez que el sujeto humano experimenta los celos como un sentimiento de pertenencia hacia aquel hacia quien los siente, y como un temor hacia su pérdida. Hemos de decir que el niño es esencialmente egoísta. Es el trabajo socializador y educador el que lo hace contemplar actitudes más generosas y solidarias. Es por eso que va a querer todo el amor para sí mismo, y experimentará celos cuando empieza a descubrir que no es así. Una mirada de la madre fuera de esa díada, un momento de atención a otros, puede ser motivo para que sienta celos. ¿Y que hace el niño ante esta situación? Reclamar el amor que cree perdido, llamando su atención para seguir sintiéndose el centro del mundo. Aquí también aparecen los primeros sentimientos de hostilidad, dirigidos, en este caso, a quién desvía la atención de la madre, convertido en ese momento en su rival.
Una situación de celos en el adulto no se puede explicar racionalmente, es decir, nacidos de circunstancias actuales proporcionales a la situación real y dominados por el yo consciente, sino que parecen provenir de poderosos impulsos infantiles procedentes de esta etapa.
Si nos paramos a pensar podemos ver que parecido es el reclamo que un niño le hace a su madre cuando se cree desatendido, con un ataque de celos de un adulto: llanto, rabia y exigencias de amor hacia el otro.
En una concepción del amor donde el otro me pertenece, aparecerán los celos muy a menudo.
Los celos en la pareja
Los celos que se dan en las parejas son del mismo orden del que estamos hablando. Cuando nos sentimos celosos en nuestra relación se está poniendo en marcha el mismo mecanismo. Nos sentimos desplazados cuando nuestro cónyuge se fija en otra persona y le muestra agrado o simpatía. Por un lado, sentimos perdido aquello que creemos que nos pertenece, y por otro, trataremos de recuperar su atención, a veces, incluso, montando alguna escena de celos.
Esto lo sentimos todos, porque como decíamos tiene su origen en esta etapa infantil por la que todos pasamos, y cuando la persona dice o defiende enérgicamente que no es celoso, podemos sospechar que estos celos están reprimidos, desempeñando un importante papel en la vida de ese sujeto. Cuanto más toleremos estas situaciones de celos propios mejor lo llevaremos, y menos molestaremos a nuestra pareja con estos sentimientos infantiles. Es curioso, por que en estas situaciones el adulto se siente igual que cuando era niño, y creía el amor perdido materno, es decir, que este sentimiento apenas evoluciona en el adulto.
Detrás de los celos siempre hay en juego un deseo, inconsciente para el sujeto. El Psicoanálisis permite interpretar ese deseo.