Albert Einstein en su carta a Sigmund Freud le pregunta por qué a los hombres les es muy fácil entusiasmarse con las guerras:
«¿Es que acaso existe algún instinto hacia el odio que hace que sea tan fácil para el hombre matar a otro y destruirlo?»
Freud le responde que sí, que efectivamente existe un instinto hacia el odio, como Einstein lo llama, y es la Pulsión de muerte o de destrucción.
El ser humano se rige por la Pulsión de vida y Pulsión de muerte.
Ambas pulsiones van juntas, nos dice Freud; como el amor y el odio, son inseparables.
En el sujeto hay una tendencia a la vida, pero también a la muerte, tendencia de la que el Principio del Placer, del que Freud nos habla en su texto «Más allá del principio del placer», es su máximo representante.
La pulsión de muerte puede estar dirigida al interior y al exterior del sujeto.
Sin embargo, el proceso de civilización y de vivir en sociedades complejas, ha limitado la pulsión de destrucción, estando coartada y limitada. Por ello esta pulsión es derivada, en muchas ocasiones, hacia el interior del sujeto, produciendo, entre otros, el proceso de enfermar.
La guerra permite al sujeto sacar esa pulsión, dirigirla al exterior, pudiendo, de alguna manera, elaborarla.
Las atrocidades que en épocas de paz están bastante limitadas, se permiten en épocas de guerra. El mismo hombre que realiza atrocidades en épocas de guerra, no sería capaz de hacerlas en épocas de paz.
Es como si la guerra fuera esa caja de pandora que diera salida a la pulsión de destrucción, que, junto con la pulsión de vida, conviven en el sujeto humano.
Freud concluye la carta diciendo que lo que puede limitar las tendencias agresivas en el hombre es la labor cultural. La evolución cultural, nos dice, es lo que puede obrar contra la guerra.
Ya hace más de 90 años de estas cartas ¿Conocías la amistad entre Einstein y Freud?
Mi blog, tu sitio sobre psicoanálisis.
Lee aquí una carta de Albert Einstein a Sigmund Freud
Pino Lorenzo, psicóloga psicoanalista en Las Palmas