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El porqué de la guerra. Parte II.

Albert Einstein en su carta a Sigmund Freud le pregunta por qué a los hombres les es muy fácil entusiasmarse con las guerras:

«¿Es que acaso existe algún instinto hacia el odio que hace que sea tan fácil para el hombre matar a otro y destruirlo?»

Freud le responde que sí, que efectivamente existe un instinto hacia el odio, como Einstein lo llama, y es la Pulsión de muerte o de destrucción. 

El ser humano se rige por la Pulsión de vida y Pulsión de muerte

  • La pulsión de vida se encarga de la conservación del yo, del propio sujeto, y de la conservación de la especie. Si acerco la mano al fuego y la retiró rápidamente, se debe a la pulsión de vida, que me hace conservar la integridad de mi mano. 
  • La pulsión de muerte actúa, por el contrario, llevando al sujeto al estado inanimado del que procede, al estado previo a la vida, a la tensión cero.  

Ambas pulsiones van juntas, nos dice Freud; como el amor y el odio, son inseparables. 

En el sujeto hay una tendencia a la vida, pero también a la muerte, tendencia de la que el Principio del Placer, del que Freud nos habla en su texto «Más allá del principio del placer», es su máximo representante. 

La pulsión de muerte puede estar dirigida al interior y al exterior del sujeto. 

  • Cuando está dirigida al interior, da lugar a determinados procesos normales fisiológicos, como la apoptosis celular, o muerte celular programada.
  • Cuando se trata del exterior se convierte en pulsión de destrucción, en agresividad. 

Sin embargo, el proceso de civilización y de vivir en sociedades complejas, ha limitado la pulsión de destrucción, estando coartada y limitada. Por ello esta pulsión es derivada, en muchas ocasiones, hacia el interior del sujeto, produciendo, entre otros, el proceso de enfermar. 

La guerra permite al sujeto sacar esa pulsión, dirigirla al exterior, pudiendo, de alguna manera, elaborarla

Las atrocidades que en épocas de paz están bastante limitadas, se permiten en épocas de guerra. El mismo hombre que realiza atrocidades en épocas de guerra, no sería capaz de hacerlas en épocas de paz. 

Es como si la guerra fuera esa caja de pandora que diera salida a la pulsión de destrucción, que, junto con la pulsión de vida, conviven en el sujeto humano. 

Freud concluye la carta diciendo que lo que puede limitar las tendencias agresivas en el hombre es la labor cultural. La evolución cultural, nos dice, es lo que puede obrar contra la guerra. 

Ya hace más de 90 años de estas cartas ¿Conocías la amistad entre Einstein y Freud? 

Mi blog, tu sitio sobre psicoanálisis.

Lee aquí una carta de Albert Einstein a Sigmund Freud

Pino Lorenzo, psicóloga psicoanalista en Las Palmas

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