En la práctica clínica como psicoanalistas nos encontramos, con cierta asiduidad, a pacientes que se molestan frente a las observaciones del psicoanalista.
A veces esa molestia puede llegar a ser tan grande para el paciente que le lleve a interrumpir la terapia. En otros casos, el psicoanalista podrá orientarla para hacer ver que esas observaciones forman, también, parte del tratamiento.
El psicoanalista trabaja con lo inconsciente, con los contenidos latentes, no con lo manifiesto. Parte de lo manifiesto, pero su interés está más allá de él. Por ejemplo, cuando un paciente le cuenta un sueño, lo que le interesa es la asociación posterior que el paciente hace del sueño.
Las ideas con las que el paciente viene a la sesión, ideas relacionadas con la terapia, con el terapeuta, son ideas o prejuicios conscientes, que el analista tiene que escuchar más allá de lo manifiesto.
La ardua tarea del psicoanalista hace que muchas veces no sea un trabajo grato, sobre todo porque uno no le da al paciente lo que pide. Quíteme este síntoma doctor, dígame qué puedo hacer para no sufrir. El psicoanalista no puede responder a esta demanda, entre otras cosas porque no existe forma de quitar el síntoma más que analizándose el sujeto, y en ese acto repetido de análisis, sesión a sesión, es donde el sujeto se va curando.
Ya lo dijo Sigmund Freud, la cura de los síntomas es un beneficio secundario del análisis. El psicoanalista trabaja para interpretar el deseo inconsciente, que muchas veces dista de lo que el sujeto dice querer,
Cuando uno se somete a un psicoanálisis, tiene que seguir algunas indicaciones, como asociar libremente, acudir a las sesiones, pagarlas, y con el grado de confianza que todo sanitario necesita de su paciente, los síntomas irán desapareciendo.
Pero, además, no solo eso, ya que irá construyendo en su análisis una historia de deseos, que es, en definitiva, lo que es el Psicoanálisis Personal de un sujeto.
Si deseas seguir profundizando, no te pierdas mis próximas entradas sobre Psicoanálisis.