Albert Einstein llamaba a Sigmund Freud el “gran conocedor de las pulsiones humanas”. Les unía una admiración mutua. Fue el hijo de Freud quien les presentó en Berlín en 1927, siendo aquella la única vez que se vieron en persona.
En el contexto del gran impacto de la I Guerra Mundial, Einstein, en forma de carta, le formula a Freud una pregunta:
¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?
Freud, en otra misiva, fechada en septiembre de 1932, responde extensamente a su pregunta. En este y próximos artículos de blog, analizaremos parte del contenido de dicha carta, que nos ayudará a esclarecer algunos conceptos asociados a la guerra.
“Al principio, los conflictos de intereses entre los hombres eran solucionados mediante el recurso de la fuerza. Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no ha de excluirse. La mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía de pertenecer alguna cosa, o la voluntad de quien debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas; triunfó aquel que poseía las mejores armas, o que sabía emplearlas con mayor habilidad.
Pero esta situación se modificó gradualmente en el curso de la evolución, y algún camino condujo de la fuerza al derecho. ¿Cuál fue ese camino? Yo creo que solo pudo ser uno: el que pasa por el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles. L’union fait la force.
El poderío de los unidos representa ahora el derecho; en oposición a la fuerza del individuo aislado. Pero esa unidad de grupo ha de ser permanente, duradera. Cuando los miembros de un grupo humano reconocen esta comunidad de intereses aparecen entre ellos vínculos afectivos, sentimientos que constituyen el verdadero fundamento de su poder”.
Ya Freud, en su texto de 1921 “Psicología de las masas y análisis del yo”, nos habla de una energía psíquica o libido que es la que mantiene la cohesión en los grupos. Lo que un sujeto no sería capaz de hacer en solitario, puede llegar a hacerlo como integrante de un grupo, por los vínculos establecidos entre sus miembros.
“Las leyes de la asociación determinan en qué medida cada uno de sus integrantes ha de renunciar a la libertad personal de ejercer violentamente su fuerza, para que sea posible una segura vida en común.
Pero esta situación pacífica solo es concebible teóricamente, pues en la realidad es complicada, por el hecho de que la comunidad está formada por elementos de poderío dispar, por hombres y mujeres, hijos y padres, y al poco tiempo, a causa de guerras y conquistas, también por vencedores y vencidos.
El derecho de la comunidad se torna entonces en expresión de la desigual distribución del poder entre sus miembros: las leyes serán hechas por y para los dominantes, y concederán escasos derechos a los subyugados.
Aplicando mis reflexiones a las circunstancias actuales llego al mismo resultado que usted alcanzó por una vía más corta. Solo es posible impedir con seguridad las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central, al cual se le conferiría la solución de todos los conflictos de intereses».
Sigue mis artículos sobre psicoanálisis. En próximas entradas de blog continuaré compartiendo reflexiones sobre este tema.