Los instintos de contemplación y exhibición aparecen por primera vez en la infancia.
Inicialmente, estos instintos son independientes de la vida sexual erógena del niño, sin embargo, más tarde se enlazarán estrechamente con la vida genital.
Por ejemplo, el niño siente un inequívoco placer, en determinados años de su vida, por desnudar su cuerpo y mostrarlo a los demás, haciendo resaltar especialmente sus órganos genitales.
La contrapartida de esta tendencia, de naturaleza perversa, es la curiosidad por ver los genitales de otras personas.
Sigmund Freud en su obra «Tres ensayos para una teoría sexual«, nos habla de los diques sexuales, que son aquellos que se instauran en la infancia, y que vienen a poner freno al instinto sexual, de naturaleza perversa. Uno de esos diques es el pudor.
El adulto cuidador afea ese comportamiento del niño, y le indica que su desnudez no puede ser mostrada en público. Así se empieza a constituir la vergüenza o el pudor en el niño.
Con respecto al instinto de contemplación o pulsión escópica, según Jacques Lacan, el niño comienza, en torno a los tres años de vida, a interesarse por el mundo exterior y se hace preguntas acerca de él. Una de las primeras cuestiones que se pregunta es sobre la diferencia sexual. Otra es la procedencia de los niños. Como vemos sus primeras investigaciones están dirigidas a cuestiones sexuales.
En relación a la diferencia sexual el niño empieza a observar una diferencia que no es capaz de identificar. Lo único que es capaz de detectar es que hay otros seres por ahí, que no tienen lo que él tiene, el pene, en el caso del niño, o que tienen algo que ella no tiene, en el caso de la niña. A partir de este descubrimiento empieza su curiosidad por observar los genitales de otras personas: se cuelan en el cuarto de baño cuando papa o mamá están en él, les piden a otros niños que les muestren sus genitales.
El pudor también se irá instalando en ellos limitando esta pulsión. Cuando ha habido un exceso en el mirar, o el niño ha sentido un placer intenso en esta actividad, o por el contrario, ha sido fuertemente reprimida, el adulto puede mostrar una tendencia al vouyerismo.
Lo mismo ocurre con el instinto de exhibición, pudiendo aparecer el exhibicionismo. En estos dos casos estamos hablando de perversiones. Sin embargo, tanto un instinto como otro, forman parte de la constitución normal del sujeto, y aunque la labor educadora ha tenido que limitarlas, esas pulsiones siguen ahí, y el mirar y el mostrar formarán parte de la sexualidad adulta normal, y elevarán la excitación en las relaciones sexuales.
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Psicóloga Psicoanalista Pino Lorenzo